Los cartones
Editado a las 16:07 del 2003-08-13
Recoger cartones por la calle hace que la gente te mire de una manera algo distinta.Acuciados por las urgencias que supone hacer una mudanza por cuenta propia, hemos pasado las últimas semanas medio locos empaquetando todo tipo de cachivaches y chismes disparatados que deberían ya reposar en la basura. Y claro, para empaquetar cosas hace falta tener paquetes, o cajas mejor dicho.
Así que estas sofocantes noches de verano las he empleado, después del cotidiano acto de arrojar con un grácil movimiento la bolsa de la basura en el contenedor, en la nada cotidiana misión de buscar cajas de cartón por las calles del Barrio del Pilar.
El primer objetivo natural era La Vaguada, lugar donde las cajas de cartón deben ser de uso común, pero tras merodear por los cuartos traseros del centro comercial, descubrí que guardaban celosamente las cajas de cartón para introducirlas en una máquina que las masticaba y las convertía en cómodos tochos para enviar a reciclar. Así que tendría que buscarla por las calles.
Y de esta manera me convertí en cartonero, buscando cajas en las cercanías de los contenedores de basura. Encontré una caja que habían almacenado compuestos químicos usados en reprografía -lo que deduje por el olor-, una caja que había almacenado salchichones -por el cordelillo que quedaba en su interior-, y eso me animó a hacerlo más veces porque nos faltaban bastantes cajas (por si fuera poco, según íbamos haciendo la mudanza al piso nuevo semivacío, no se podían volver a usar las cajas en otros viajes ¡porque no había sitio donde poner su carga!)
En una de estas búsquedas estaba yo intentando averiguar si una preciosa caja de cartón estaba en condiciones de ser usada -porque no hay nada más asqueroso que una caja que albergue detritus orgánicos o no en su interior-, cuando creí percatarme de que una chica me había esquivado, cambiando de acerca de forma discreta. Vaya, que tan mala pinta no podía tener. De acuerdo que en estos días he dejado (aún más) de afeitarme, que llevaba unas chanclas, pantalón corto y una camiseta desharrapada (¡querría verla yo a ella en mitad de una mudanza!), pero ya digo que no era para tanto.
Después de esto empecé a fijarme en cómo la gente se fijaba en mí. Y cómo me miraban los sudamericanos cuando pasaba por delante del locutorio e inspeccionaba el contenedor amarillo de deshechos reciclables, cómo el somnoliento portero de un bar de copas que olía a faena de aliño ni tan siquiera me hizo caso, cómo una pareja que se hacía arrumacos me observó cuidadosamente durante un par de segundos antes de seguir en la faena, cómo el encargado del cibercafé que se fumaba un cigarrito al verme miró en dirección a unas cajas de impresoras que me esperaban en el siguiente cubo -inútilmente, porque algún malnacido había echado una bolsa de basura semiabierta encima-, cómo me miraban los vecinos sentados en la terraza del bar Usera mientras yo pasaba cargado de cajas rumbo a la puerta del edificio, y cómo Bea me miró a mi y a mis hallazgos noche tras noche.
Y es que ya digo: lo de recoger cajas de cartón por la calle hace que la gente te mire de una manera distinta.