Un chapuzas en casa
Editado a las 01:00 del 2004-02-09
Tras las aventuras de la compra de una vivienda en propiedad, comienza la segunda fase: hay que hacerse con unos muebles a la altura -o bajura- del nuevo domicilio. En nuestro caso, logramos reservar cierta cantidad de nuestros ahorrillos y teníamos bastante liquidez como para empreder a finales del verano pasado la compra de los muebles.Esta fue la segunda etapa, y reconozco que el mayor problema para nosotros fue movernos de una tienda a otra en busca de los ansiados muebles. Dado que los grandes almacenes de muebles se encuentran o bien en polígonos o bien en los hipercentros comerciales habituales, a veces no resultaba demasiado cómodo plantarse en los sitios para ver muebles. Y ni mucho menos podía uno considerar en llevarse un mueble auxiliar a cuestas (por ejemplo, algo tan simple como comprar un verdulero se convierte en un problema de primera magnitud: dado que se trata de un mueble relativamente barato ninguna tienda te lo lleva a casa ni pagando y el artefacto no es como para llevarlo debajo del brazo, precisamente).
Por otro lado, es bastante curioso (por no soltar algún palabro malsonante) el modus operandi de las tiendas de muebles: te sientas con un vendedor, que te va sacando catálogos, a cual más mareante, que tú empiezas a examinar con los ojos abiertos como platos hasta que el agotamiento y el constatar que tu dormitorio no tiene las dimensiones de los que salen en el catálogo te hacen decantar por la opción que menos te disgusta (y uno que pensaba comprar lo que más le gustaba...). A continuación el vendedor suma todos los muebles (normalmente a mano, calculando porcentajes de IVA con una calculadora manual, con el consiguiente riesgo de equivocarse -en nuestro caso se equivocaron-) y finalmente uno entrega una señal y... hasta más ver. Si luego los muebles, por algún motivo, no caben, ah, mala suerte (y no siempre te hacen un croquis sobre plano)...
Aún así, con más suerte que astucia hemos pasado esta fase: en primer lugar pidiendo un coche prestado para los muebles del dormitorio y en segundo comprando los muebles del salón en una tienda de la capital, a la que se puede llegar fácilmente en Metro a pesar de estar en el Barrio del Pilar. En lo referente a los cuartos de baño hemos optado por comercios locales que, afortunadamente, no estaban demasiado lejos. Y los días de montaje (que hubo que sustraer a los días de trabajo, con el consiguiente embrollo laboral, porque claro, nadie puede traerte los muebles por la tarde, ni un sábado... cuando curiosamente las tiendas de mueble sí que abren en esos horarios para vender. Antes de dar la señal, todo son ventajas. Después... a amoldarse tocan. En el caso de los cuartos de baño, tuvimos que perder hasta cuatro tardes: una para los muebles, otra para su montaje y dos, una por cada mampara)
Pero, acabada la segunda fase del mobiliario, comienza la Tercera Fase: la fase de las chapuzas, en la que ahora mismo estamos inmersos.
Chapuzas incomprensibles, como la búsqueda de una bombilla downlight que encajara perfectamente en el casquillo del foco del lavadero, que tan gentilmente nos dejó sin bombilla el anterior propietario y que nos llevó a buscar por internet en los catálogos de Osram y Philips hasta que dimos con el modelo, tras lo cual hubo que buscar una tienda en Madrid que nos consiguiera la susodicha bombilla fluorescente (no fué sino "La tienda de las 1000 bombillas", o algo así, que está en Hortaleza, esquina con Gran Vía. Su eslógan, nunca mejor dicho: "Si no tenemos lsu bombilla, es que no existe").
Chapuzas esperadas, como el hecho de tener que sacar un cable para llevar corriente al aplique del espejo del cuarto de baño.
Y, a veces, chapuzas aventuradas, como la instalación de un tubo fluorescente debajo del armario de la cocina para mejorar la iluminación de la encimera. (En esta acometida descubrí que mi chica maneja el taladro bastante mejor que yo, lo que no sé si es mérito suyo o demérito mío; probablemente ambas cosas)
O como la de ayer, que desmontamos el cabecero de la cama para cambiar el interruptor del cabecero por un interruptor de superficie que incorpora enchufe, y así poder conectar una lámpara en la mesita de noche (aquí nos salvó la maravillosa cinta adhesiva de doble cara).
Y en estas estamos. Lo siguiente que se nos viene en cima, aparte del aplique del otro cuarto de baño, es colocar las lámparas... lo que cerrará finalmente el ciclo de las "chapuzas eléctricas".
Cualquier usuario de es.rec.bricolaje que lea esto probablemente se sonría por lo modesto de mis chapuzas, pequeños triunfitos todas ellas. Hay una especie de animales de ferretería, que sueñan con comprar no sé qué accesorio a su Dremel, que instalan bancos de trabajo en sus trasteros y que tan pronto te desmontan una caldera como te cambian la culata del motor de su coche una sudorosa y sucia tarde de verano.
Pero yo soy sólo un geek (y cada vez menos, diría yo).