«I am Providence»
Editado a las 13:36 del 2005-11-07
Supongo que no es muy ortodoxo empezar un post sobre una visita a los Estados Unidos de América con una foto de la lápida de mi muy querido H.P. Lovecraft. Pero supongo que será cosa del jetlag, del cabreo con los procedimientos de entrada y salida del país, o de mi desaforado friquicismo, pero aquí está. No es lo más destacable del viaje, pero para mí sí de lo más entrañable: diablos, no podía pasar tres días en Bristol (a 20 minutos en coche de Providence) sin visitar el cementerio de Swan Point.
La búsqueda de la lápida en sí misma es digna de contarse: para no alterar demasiado el plan de viaje de las otras personas que me acompañaban (y que lógicamente no estaban muy interesadas en la lápida de un señor fallecido en 1937) y permitir un breve viaje a Boston, el señor Glover (ya hablaré de él más abajo) nos llevó en coche. Lástima que su habilidad interpretando mapas subido en un coche no sea tan grande como su cordialidad y fervor a la hora de empeñarse en llevarnos hasta la misma lápida en el todoterreno ("In the US we don't go walking, we go by car!!"). Sin embargo, tras unos diez minutos dando vueltas y giros imposibles en el vehículo se decidió a preguntar a un empleado del cementerio, el cual, al decirle el número de lápida, nos dijo con aire cansado: "H.P. is over there".
Curiosamente, aunque el empleado del cementerio conocía perfectamente al bueno de HPL, ningún otro habitante de Providence parecía conocerlo. Todos no, el dentista de Mr. Glover sí. Al recogernos por la mañana me había dicho, bastante agitado: "Hey buddy, you know what! You ain't gonna believe this! I was talking to my dentist, told him that I was going to take you to the tomb of that guy, Love... Love.. Lovelace, and he said he had been there! It's amazing!"
Aún hubo algo más. Al día siguiente circulaba en coche por Providence y vi a un turista sacando fotos a una casa cualquiera. Sabía de qué se trataba, porque circulábamos por Angell Street, y la casa, como he comprobado hoy, era la casa del mismísimo.
Lástima que no pude sacar la cámara, pero la ocasión no pintaba fácil: viajaba en una limusina con Beatrizia, mis suegros, un italiano con pelos de Goku, un abueleo y su muje, rubicunda abuela de ascendencia italiana, un orondo italiano llamado Luciano y apodado "Il Padrino" y un estropeado señor con pinta de inglés y su Camila particular. Como para pararse a sacar fotos.