Capital Melancolía.
Editado a las 05:30 del 2003-03-29
Sergio, un compañero de instituto y universidad, me llamó el otro día para decirme que estaba en Madrid para hacer una entrevista de trabajo. Algunos días después, el hombre ya está trabajando en los madriles. La situación laboral para los informáticos en Málaga es, por lo visto, simplemente lamentable. Supongo que, harto de una empresa en la que tiene dificultades para pagarle a fin de mes, Sergio ha decidido venir a Madrid.Cuando me lo dijo por teléfono, supe perfectamente en qué juego se está metiendo: yo aún sigo en él. A Madrid, le dije, se sabe cuándo vienes a vivir, pero no cuando te vas. Algunos han pasado por esta partida y han perdido, otros hemos ganado y logramos estabilizarnos y salir adelante. Claro que, cuando piensas que los que pierden volvieron a su lugar de origen y que tú sigues en un sitio que te preguntas si algún día considerarás como tuyo (por más que en tu DNI ponga que eres madrileño), entonces te planteas si tu criterio de victoria y derrota no está al revés. Sea como sea, yo sigo en Madrid y me considero moderadamente feliz, que es a lo más que creo que se puede aspirar. Pero hasta llegar a este punto he pasado por no pocas malas experiencias, casi todas en el primer año.
Y en todas ellas es donde va a meterse Sergio. No sé si es realmente consciente de ello, porque yo no lo era.
No, no querría volver a vivir las primeras tardes, cuando te sientas en la cama y te quitas los zapatos y tienes los pies hinchados de tanto andar yendo de una estación de Metro a otra viendo casa tras casa para alquilar. No, no querría volver a encontrarme con un billete de Málaga a Madrid con la vuelta abierta y con el plazo de cierre caducado, recuerdo de ese fin olvidado de semana en el que dejas de ir a Madrid y volver a Málaga para empezar a ir a Málaga, y volver a Madrid. No, no querría volver a sentir esa angustia que se siente esa lluviosa tarde, cuando te quedas solo en un destartalado piso de alquiler, cuando no están tus compañeros de piso -tal vez perfectos extraños a quienes no soportas ya- y te planteas cómo demonios has podido acabar en este sitio lleno de pelusas. No, no querría volver a saborear esos cigarros en la terraza viendo llover. No, no querría volver a despertarme un domingo a las 4 de la tarde y pensar que viernes, sábado y domingo has visto las seis de la mañana en la plaza de Canalejas luchando por coger un taxi.
Pero al final todas las piezas han acabado encajando, porque ahora los Domingos veo las mañanas recién despierto, me desayuno con pan con aceite y leo El País. Aquellas fritangas de congelados del DIA y aquellos macarrones con tomate dieron paso a comidas más elaboradas y ahora soy capaz de perpetrar una paella muy respetable si los hados se alían conmigo. El destartalado piso de la Avenida de Manoteras dio paso a un piso más pequeño frente a la Vaguada, mejor comunicado y, casi siempre, más limpio. La culpa de todo esto la tiene Bea, claro. Y mi vida no es todo lo color de rosa que quisiera (¿quién tiene una vida tranquila teniendo la obligación de comprar una vivienda propia este mismo año?), mi situación laboral podría ser mejor y cada vez tengo más tripa (¿acabaré siendo perimorfo como mi padre?).
Le desearía a Sergio que tuviera la misma suerte que yo.
I couln't bribe a wino on what I used to make, my fortune was as sure as the wind. But I was free to wander and time was on my hands, it was mine to burn and to bend (...) Then there came the chance to make some steady dough bouncing up my alley to the door. You fill your clothes with keys and damned responsibilities, trading the maybe for the sure.
Freedom for freedom, call that an even scheme. Give me time to wonder and to dream. I need their money, they'll take the time down to the land of the bottom line.
Land Of The Bottom Line -- John Gorka.